Publicado sin razón alguna como obra del pintor Joaquín Inza en el catálogo de la colección Lázaro de 1926, sin que tenga nada que ver con el estilo de este artista, es, no obstante, retrato de indudable interés y evidente destreza técnica, resuelto dentro de los más rigurosos postulados del academicismo clasicista de las primeras décadas del siglo, que atiende al dibujo preciso y minucioso para describir hasta los más pequeños detalles del rostro y los ropajes. En efecto, tanto los rasgos de la joven dama como la delicadeza frágil de su actitud y la propia técnica pictórica del retrato lo inscriben en una órbita próxima a Zacarías González Velázquez, aunque múltiples detalles de su ejecución, como el diseño de la oreja o los pliegues de la camisa, no alcanzan el virtuosismo de este maestro, al que tampoco se ajusta la claridad de su paleta, de materia muy ligera, debiendo por tanto mantenerse prudentemente como obra anónima.